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Tirada sobre el viejo sofá de mi casa, tasado cronológicamente como antes del divorcio o sea más de dieciséis años, leo el suplemento ICON del País de ayer sábado. Afuera el cielo es puramente asturiano y me siento tranquila.

Pensar es mi deporte favorito, dejo que mi mente divague de un pensamiento a otro y voy enlazando esas imágenes fugaces hasta formar la película de mi vida, real o imaginaria. En mi portátil suena Coldplay y mientras los dedos bailan sobre el teclado y hablan de mi viejo sofá recuerdo que fue mi hermana la que me hizo ver que medía mi tiempo en antes o después del divorcio: ¿Y ese vestido tan mono? ¡Madre es de antes de divorciarme! Curiosa medida del tiempo, supongo que significa que siempre hay un antes y un después.

Paso página y me encuentro con un artículo de Xavi Sancho, “Tenemos un problema de primera clase” donde redacta de manera exquisita y con gran humor una historia sobre vuelos. Y mi mente vuelve a irse, esta vez a kilómetros de altitud entre nubes y rayos de sol.

Me gusta volar, no lo hago a menudo es lo que tiene ser mil eurista -bueno ahora parada en proceso de emprendimiento- pero me siento libre encerrada en un pájaro metálico. Siempre escojo ventanilla y sólo me falta ponerme a llorar, nada raro en mí por otro lado, de pura emoción. En medio del cielo, sobre la inmensidad de la nada y el todo, rodeada de personas desconocidas, de vidas anónimas de historias por contar, sonrío con la nariz pegada a la ventanilla, no me importa que la señora del 19B piense que estoy “grillada” porque sé que tiene razón. Algodones de colores, mullidas camas elásticas, eso pensaba de pequeña que eran las nubes, mientras me imaginaba saltando entre ellas. ¿Me detendrán si intento lanzarme de cabeza a esa con forma de yunque? Pero me contento con quemar el móvil -en modo avión por supuesto- a fuerza de hacer fotos y más fotos.

El cielo se tiñe de rosa, el día llega a su ocaso y me doy cuenta que es la primera vez que lo veo desde las alturas, es un espectáculo al que nadie parece prestar atención dentro del pájaro metálico. La 19B lee algo en su tablet y la 19A hace lo propio en un libro, en los asientos traseros dos desconocidas se pasan la hora y media del vuelo hablando sin parar y yo me siento feliz en mi soledad. Mi corazón late despacio, mi respiración es sosegada y mi ventanilla una puerta a otra dimensión que sólo yo soy capaz de ver.

Paso página de nuevo, Spike Lee me cuenta que su nueva película no va a dejar indiferente a nadie y menos al Sr. Trump. Vuelvo a evadirme.

Para mí es muy importante, esencial, ser consciente de esos momentos de pequeña felicidad que el Cosmos me otorga. Más en los últimos tiempos.

Desde octubre de 2016 que falleció mi padre la vida decidió ponerse un poco cuesta arriba y poner a prueba mi capacidad de superación y mi fortaleza mental. Me doy cuenta que de repente han pasado dos años, y sigo aquí pese a todo. Por el camino he perdido un trabajo y casi la salud a causa de un acoso laboral que derivó en dos despidos -despido, readmisión, despido- y siete denuncias para defender lo que yo creía justo. Aún quedan secuelas, alguna tarde que otra el monstruo de la ansiedad me sigue visitando, mi corazón se dispara y el futuro se me presente en forma de terror. Pero ya no me importa, sé que sólo es eso, ansiedad. La acepto y la invito a merendar.

Es la primera vez que en mis escritos hablo sobre este capítulo de mi vida en el que perdí muchas cosas pero gané lo mejor: la capacidad de gobernar mi propia vida sin que nadie me amenace. Alguna vez me gustaría escribir un libro ¿creéis que sería posible? No sobre lo que sucedió pues no es importante, sino sobre lo qué sentí, lo que perdí, lo que gané, cómo lo afronté, a quién pedí ayuda. Me gustaría que fuera una historia positiva, para visualizar algo que desgraciadamente nos puede pasar a cualquiera, para que ninguna otra persona se sienta tan perdida como yo lo hice, para gritar a todos los que sufren acoso laboral ¡NO TENGAS MIEDO!

Y por esto os decía que para mí es esencial ser consciente y disfrutar esas pequeñas islas de felicidad que la vida me regala. Porque ser feliz es barato -una de mis tontas frases preferidas y que tanto le gusta a mi hermana-.

¿Qué os gusta? ¿Qué os hace feliz?

Me gusta levantarme tarde los domingos, desayunar mis tostadas de pan pan como dice mi hija, con mermelada hecha por mí -intento ser la sucesora “mermeladera” de mi abuela- y mi café de “aguachirli” como lo llama mi madre -un café tan suave que casi es una infusión-.

Me gustan los fines de semana en pijama con mi hija, tiradas en el sofá y haciendo maratones de series.

Me gusta el otoño. Soy una “repunantuca térmica”, es decir no soporto el calor, pero también me termina sacando un poco de quicio el tiempo astur -aunque admito que no podría vivir en otro lugar- así que el otoño es mi estación ideal. Además me gusta el color ocre de los árboles, las crujientes hojas cayendo, las castañas, la luz del atardecer y ese sentimiento nostálgico de que algo ha terminado y una nueva época está por llegar.

Me gusta la soledad. Esos momentos de silencio a solas conmigo misma y el bullir de mi cabeza. Quedarme absorta mirando al techo e imaginar historias o repasar momentos pasados.

Me gusta la música.

Me gusta bailar.

Me gusta leer.

Me gusta escribir.

Me gusta cocinar.

Me gusta reír.

Me gusta hacer el payaso.

Me gusta el viento.

Me gusta la lluvia -y el olor de la tierra mojada-.

Me gusta el mar, mi sueño es vivir frente a él y sé que lo conseguiré.

Me gustan las nubes.

Me gusta oler a mi hija. Ya os dije que era rara, lo hacía cuando dormía en su cuna y lo sigo haciendo ahora que va a cumplir 22 años.

Me gusta quedar con mis amigas de siempre y reírnos olvidando las zonas oscuras de nuestra vida.

Me gusta ser positiva aunque mi hermana me pregunte qué me fumo.

Me gusta afrontar mis miedos -me he matriculado en la Escuela de Idiomas en inglés, mi gran creencia limitante- y como os dije voy a emprender, lo cual me obliga a enfrentar otro de mis miedos que es el futuro.

Me gusta luchar por mis sueños -me he matriculado en la Uned en Psicología-.

Me gusta dormir.

Me gusta trasnochar, a partir del ocaso mi cerebro está en su pleno apogeo.

Me gusta mi familia y sus imperfecciones.

Me gusta mi reflejo ante el espejo.

Me gusta mi vida.

Me gusta vivir.

Me gusta ser.

Me gusta estar.

Me gustas tú que me lees.

Me gusta la vida.