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Tirada sobre el viejo sofá de mi casa, tasado cronológicamente como antes del divorcio o sea más de dieciséis años, leo el suplemento ICON del País de ayer sábado. Afuera el cielo es puramente asturiano y me siento tranquila.

Pensar es mi deporte favorito, dejo que mi mente divague de un pensamiento a otro y voy enlazando esas imágenes fugaces hasta formar la película de mi vida, real o imaginaria. En mi portátil suena Coldplay y mientras los dedos bailan sobre el teclado y hablan de mi viejo sofá recuerdo que fue mi hermana la que me hizo ver que medía mi tiempo en antes o después del divorcio: ¿Y ese vestido tan mono? ¡Madre es de antes de divorciarme! Curiosa medida del tiempo, supongo que significa que siempre hay un antes y un después.

Paso página y me encuentro con un artículo de Xavi Sancho, “Tenemos un problema de primera clase” donde redacta de manera exquisita y con gran humor una historia sobre vuelos. Y mi mente vuelve a irse, esta vez a kilómetros de altitud entre nubes y rayos de sol.

Me gusta volar, no lo hago a menudo es lo que tiene ser mil eurista -bueno ahora parada en proceso de emprendimiento- pero me siento libre encerrada en un pájaro metálico. Siempre escojo ventanilla y sólo me falta ponerme a llorar, nada raro en mí por otro lado, de pura emoción. En medio del cielo, sobre la inmensidad de la nada y el todo, rodeada de personas desconocidas, de vidas anónimas de historias por contar, sonrío con la nariz pegada a la ventanilla, no me importa que la señora del 19B piense que estoy “grillada” porque sé que tiene razón. Algodones de colores, mullidas camas elásticas, eso pensaba de pequeña que eran las nubes, mientras me imaginaba saltando entre ellas. ¿Me detendrán si intento lanzarme de cabeza a esa con forma de yunque? Pero me contento con quemar el móvil -en modo avión por supuesto- a fuerza de hacer fotos y más fotos.

El cielo se tiñe de rosa, el día llega a su ocaso y me doy cuenta que es la primera vez que lo veo desde las alturas, es un espectáculo al que nadie parece prestar atención dentro del pájaro metálico. La 19B lee algo en su tablet y la 19A hace lo propio en un libro, en los asientos traseros dos desconocidas se pasan la hora y media del vuelo hablando sin parar y yo me siento feliz en mi soledad. Mi corazón late despacio, mi respiración es sosegada y mi ventanilla una puerta a otra dimensión que sólo yo soy capaz de ver.

Paso página de nuevo, Spike Lee me cuenta que su nueva película no va a dejar indiferente a nadie y menos al Sr. Trump. Vuelvo a evadirme.

Para mí es muy importante, esencial, ser consciente de esos momentos de pequeña felicidad que el Cosmos me otorga. Más en los últimos tiempos.

Desde octubre de 2016 que falleció mi padre la vida decidió ponerse un poco cuesta arriba y poner a prueba mi capacidad de superación y mi fortaleza mental. Me doy cuenta que de repente han pasado dos años, y sigo aquí pese a todo. Por el camino he perdido un trabajo y casi la salud a causa de un acoso laboral que derivó en dos despidos -despido, readmisión, despido- y siete denuncias para defender lo que yo creía justo. Aún quedan secuelas, alguna tarde que otra el monstruo de la ansiedad me sigue visitando, mi corazón se dispara y el futuro se me presente en forma de terror. Pero ya no me importa, sé que sólo es eso, ansiedad. La acepto y la invito a merendar.

Es la primera vez que en mis escritos hablo sobre este capítulo de mi vida en el que perdí muchas cosas pero gané lo mejor: la capacidad de gobernar mi propia vida sin que nadie me amenace. Alguna vez me gustaría escribir un libro ¿creéis que sería posible? No sobre lo que sucedió pues no es importante, sino sobre lo qué sentí, lo que perdí, lo que gané, cómo lo afronté, a quién pedí ayuda. Me gustaría que fuera una historia positiva, para visualizar algo que desgraciadamente nos puede pasar a cualquiera, para que ninguna otra persona se sienta tan perdida como yo lo hice, para gritar a todos los que sufren acoso laboral ¡NO TENGAS MIEDO!

Y por esto os decía que para mí es esencial ser consciente y disfrutar esas pequeñas islas de felicidad que la vida me regala. Porque ser feliz es barato -una de mis tontas frases preferidas y que tanto le gusta a mi hermana-.

¿Qué os gusta? ¿Qué os hace feliz?

Me gusta levantarme tarde los domingos, desayunar mis tostadas de pan pan como dice mi hija, con mermelada hecha por mí -intento ser la sucesora “mermeladera” de mi abuela- y mi café de “aguachirli” como lo llama mi madre -un café tan suave que casi es una infusión-.

Me gustan los fines de semana en pijama con mi hija, tiradas en el sofá y haciendo maratones de series.

Me gusta el otoño. Soy una “repunantuca térmica”, es decir no soporto el calor, pero también me termina sacando un poco de quicio el tiempo astur -aunque admito que no podría vivir en otro lugar- así que el otoño es mi estación ideal. Además me gusta el color ocre de los árboles, las crujientes hojas cayendo, las castañas, la luz del atardecer y ese sentimiento nostálgico de que algo ha terminado y una nueva época está por llegar.

Me gusta la soledad. Esos momentos de silencio a solas conmigo misma y el bullir de mi cabeza. Quedarme absorta mirando al techo e imaginar historias o repasar momentos pasados.

Me gusta la música.

Me gusta bailar.

Me gusta leer.

Me gusta escribir.

Me gusta cocinar.

Me gusta reír.

Me gusta hacer el payaso.

Me gusta el viento.

Me gusta la lluvia -y el olor de la tierra mojada-.

Me gusta el mar, mi sueño es vivir frente a él y sé que lo conseguiré.

Me gustan las nubes.

Me gusta oler a mi hija. Ya os dije que era rara, lo hacía cuando dormía en su cuna y lo sigo haciendo ahora que va a cumplir 22 años.

Me gusta quedar con mis amigas de siempre y reírnos olvidando las zonas oscuras de nuestra vida.

Me gusta ser positiva aunque mi hermana me pregunte qué me fumo.

Me gusta afrontar mis miedos -me he matriculado en la Escuela de Idiomas en inglés, mi gran creencia limitante- y como os dije voy a emprender, lo cual me obliga a enfrentar otro de mis miedos que es el futuro.

Me gusta luchar por mis sueños -me he matriculado en la Uned en Psicología-.

Me gusta dormir.

Me gusta trasnochar, a partir del ocaso mi cerebro está en su pleno apogeo.

Me gusta mi familia y sus imperfecciones.

Me gusta mi reflejo ante el espejo.

Me gusta mi vida.

Me gusta vivir.

Me gusta ser.

Me gusta estar.

Me gustas tú que me lees.

Me gusta la vida.

 

Somos mucho más de lo que veis

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Hace más de dos años hice una reflexión sobre el mundo de los recursos humanos. En aquel momento tenía trabajo, llevaba muchos años como comercial de Protección de Datos, pero seguía preocupándome por lo que veía a mi alrededor.

Dos años después, inmersa en plena búsqueda del Santo Grial de mi futuro laboral más cercano retomo aquello que escribí, con alguna modificación y actualización.

Llevo años leyendo artículos y sigo blogs que me parecen muy útiles -sobre todo ahora que mi cabeza está en modo centrifugado de más de mil revoluciones- de expertos en recursos humanos que intentan ayudarnos a crear el CV perfecto o afrontar la terrible experiencia de una entrevista personal.

Aprovecho para dar las gracias por ese trabajo altruista que realizan. Escribir un artículo lleva mucho tiempo y cuando el objetivo es ayudar, motivar y orientar merecen todo el respeto y reconocimiento.

El problema es cuando no puedes llegar a una conclusión sobre ciertos temas. Me doy cuenta entonces que no hay reglas escritas, ni sobre como afrontar una entrevista, ni redactar un currículo. Nada de nada, más allá de lo que te dicta la lógica y el buen hacer educativo que tus padres hayan tenido contigo o tú tenido el coraje de buscarte: ortografía cuidada, vestimenta aseada, educación, amabilidad…

Quiero dar la visión del otro lado de la mesa.

Me he visto varias veces en la tesitura de ser evaluada y desprestigiada -por decirlo de forma suave- tan sólo por mi estado civil, cuestión que no logro comprender. En una entrevista de trabajo hace muchos años, llegaron a aconsejarme y lo hizo otra mujer, que en lo sucesivo contestase que era «soltera» aún admitiendo que también era madre. Le pregunté el motivo y no me lo supo argumentar. A día de hoy eludo responder, no creo que sea pertinente.

Y aquí va mi primera pregunta: ¿En qué medida puede influir mi estado civil en la realización de mi trabajo? Es más, ¿a nadie se le ha ocurrido darle la vuelta a la tortilla? Soy la única fuente de ingresos de mi pequeña familia, todos los gastos corren de mi cuenta y tengo una hija con la rara costumbre de comer todos los días y encima la muy osada ¡estudia!, luego lógicamente me esforzaré aún más en desarrollar mi trabajo, en cumplir con los compromisos adquiridos con la empresa, en crecer, mejorar y prosperar.

Hablando a las claras, una familia monoparental -como odio este «palabro»- o una familia pequeñita de dos -que no disfuncional, otra etiqueta que me enerva- NECESITA DINERO SEÑORES Y SEÑORAS. ¡Habrá mejor motivación que comer y pagar al banco!

Ojo, una aclaración, el dinero no lo es todo en la vida y desde luego no mi única motivación. Como pero no a cualquier precio. Ahí lo dejo.

Punto aclarado. El estado civil no determina la responsabilidad de una persona.

Otra cuestión es ese enmascaramiento o cirugía estética de tus aptitudes y experiencia profesional. Vale, aquí me podéis rebatir que como comercial que soy hago algo parecido. Pero no. Como comercial, mi trabajo es detectar de qué modo el producto o servicio que vendo puede mejorar o ayudar en los procesos diarios de la empresa de mi cliente. No omito ni maquillo porque lo que quiero primero es conseguir un cliente nuevo y segundo fidelizarlo. Muchas somos las empresas que nos dedicamos a lo mismo y muchos los comerciales, por lo tanto mi marca personal es la sinceridad y la confianza.

¿Por qué no hacer lo mismo en un CV?

Buscar trabajo o mejora profesional no deja de ser una venta. El producto es uno mismo ¿verdad? El reclutador, vendría a ser el cliente que quieres conseguir y como con estos, sucede que estamos ante una persona. Un ser humano con sus demonios, virtudes, defectos y manías. Quiero decir, no sabes quien va a leer tu CV o quién te va a entrevistar, no conoces a esa persona. Puede que sus creencias o valores provoquen dos cosas: que le gustes o no.

Entonces, ¿cómo hacer un diseño de experiencias y profesionalidad que guste a todos? Es imposible Unos explicáis que el CV debe ser de una hoja, otros que de dos. Unos que sobrio, otros que creativo y marque la diferencia. ¡Es una locura! ¿Solución? Ya lo dije antes, lógica y educación. Tú decides.

¿Y las entrevistas de trabajo? Aquí ya puede ser la hecatombe máxima. Os cuento mis experiencias, para poder argumentar mi reflexión.

Mi primera entrevista fue con diecinueve años. Estudiante de Magisterio, me llaman de una conocida cadena, que nos anuncia cada año que ha llegado la Navidad, a través del Inem para una entrevista. Allí se va la Susi. ¿Aficiones en tu tiempo libre? ¡Me encanta escribir! Conclusión del entrevistador: soy una rara poco más que antisocial. ¿Perdona? Porque es que además no se cortó en decírmelo.

Vamos a ver alma de cántaro si me gusta escribir ¿no sería más adecuado presuponer que tengo el don de la palabra -vale hay quien no lo tiene en el lenguaje oral y sí en el escrito por eso digo presuponer- una aptitud muy adecuada para el puesto de dependienta que me ofreces? Y ya no hablemos de la imaginación para ser proactiva y solucionar problemas.

Feria del Oriente, se me acerca una señora en mi primer día de trabajo. A un lado Susana, cuarenta y cinco kilos de peso y cara de tener 14 años -hacía pocos días de este desagradable suceso, hoy en día ya no me molesta- al otro una agradable señora con un cepillo con dos tipos de cerdas en cada cara.

-Me puedes decir porque este cepillo tiene dos caras?

La radiografía del silbido se quiere morir, que la trague la tierra y la escupa muy lejos ¡no tiene ni idea pero es su primer día no va a perder el trabajo a las pocas horas!

-Le explico este lado es para desenredar el pelo y el otro para después cepillarlo.

-¡Que curioso! Me lo llevo.

Pasan las horas y sigo intrigada, le pregunto a una de mis nuevas compañeras.

-¿Para que sirve este cepillo, por qué tiene dos caras?

-Es para perros.

¡Glup!

Esta ¿metedura de pata? ¿anécdota inofensiva? deja claro que al final contrataron a la “rara que le gusta escribir”.

Años después leí en algún artículo que hay que decantarse por actividades que impliquen comportamientos sociales. Cosa que sigo sin entender, porque a mi la escritura me ha aportado grandes amistades -a través de talleres literarios por ejemplo-.

Tema experiencia y cursos. No detallar todos los cursos que has realizado ni los trabajos sin relevancia. ¿Y esto porqué motivo?

Vamos a ver que me perdí en algún momento. Se trata de venderme, a mí, lo que soy, lo que hago, lo que te puedo aportar. Pues bien, yo soy toda mi vida pasada. Ni más ni menos. Las experiencias laborales, culturales o formativas conforman de alguna u otra manera la persona que tienes delante de ti.

Un ejemplo, y podéis mirar mi perfil de Linkedin sin ningún problema. En experiencia profesional, lo primero que consta es «Durante este período de tiempo varias fueron mis ocupaciones y por eso he decidido agruparlas. Di clases particulares en mi domicilio a niños de primaria. Preparé oposiciones. Colaboré en ferias y diversos actos de «Puertas Abiertas» en los negocios de personas de mi entorno más cercano, todo ello a la par que realizaba el trabajo más gratificante de mi vida: ser madre y criar durante los primeros años de su vida a mi hija»

Si alguien me dice que esta información sobra, lo siento pero me niego a quitarla. Esas cinco líneas describen a una persona tenaz y con muchas ansias de crecer que aún siendo madre hizo todo lo posible por adquirir experiencia profesional.

Describen a una veinteañera muy joven que luchó desde el minuto uno para convertirse en lo que es hoy en día. Y si al reclutador se le ocurre preguntarme porqué he decidido redactar este texto, le puedo contar una bonita historia en la que una mujer a punto de dar a luz tiene el coraje de presentarse a unas oposiciones mientras su marido espera afuera a punto del infarto por si se le ocurre romper aguas. O esa jovencita de veintiséis años que se paseaba por la Biblioteca de la Universidad de Oviedo, con una niña de un año en brazos -previa autorización- buceando en búsqueda y captura de los libros necesarios para seguir con sus oposiciones. Esto da muestras de un carácter luchador y combativo que no se amilana ante nada por conseguir sus objetivos cuando encima resulta ser una persona tan vergonzosa que se sonroja por la menor tontería.

Lo de sonrojarse merecería un capítulo aparte. Cualquiera deduciría que soy tímida. Pues sí, a tiempo parcial podríamos decir que sí. ¿Entonces que haces trabajando de comercial -pregunta el entrevistador mientras se echa las manos a la cabeza y piensa en lárgarme de la entrevista -caso hipotético- ? Ya ves, y encima soy buena. ¿Me lo explicas? Claro, soy tímida no introvertida y he aprendido a lo largo de los años a convertir lo que pudiera ser un defecto en marca personal. Soy tímida porque soy PAS -persona altamente sensible- con lo cual tengo la innata capacidad de conectar con la gente, comercialmente me defino como «Comercial Emocional» y ahí es donde gano y consigo mi cartera de clientes. ¡Contratada!

Es injusto, muy injusto evaluar a una persona por algo que al reclutador le pueda parecer banal. ¡Pregúntale, interésate sobre qué motivación tiene para añadir eso que a ti te puede parecer inútil!

Lo dicho, no pretendo sentar cátedra sobre algo que no es mi especialidad ni mucho menos. Pero creo que es muy necesario que sepáis lo que opina la silla de enfrente. No somos un papel, ni tan siquiera lo que el papel o una pantalla te dice sino todo lo que hay detrás de esas letras, abre las cortinas y mira, quizá alguien te sorprenda.

Para finalizar os cuento que tema CV yo lo he solucionado redactando dos modelos. Uno es el Europass que es un formato que me gusta muchísimo porque te hace reflexionar a lo largo de los múltiples apartados que tiene. Al hacerlo me di cuenta de muchas cosas a las que no daba valor y que sin embargo definen claramente mis aptitudes, actitudes y qué puedo aportar en una empresa.

El otro modelo es un resumen de un folio, muy visual y gráfico de mi experiencia profesional -toda, sin saltarme ni una- y mi formación más relevante, la otra la reservo para la entrevista.

Según el tipo de oferta y empresa envío un modelo u otro. Y cuando me decanto por el Europass que es más extenso, a la entrevista llevo el otro formato más resumido.

En las entrevistas soy yo, tal cual me veo al espejo todas las mañanas pero peinada. Respondo lo que me sale del alma. Termino con una anécdota a este respecto. Hace unos meses me preguntaron por mi mayor éxito -no especificó profesional- así que ni lo pensé: mi hija. Le gustó mi respuesta -no pudo ser pues el tipo de contrato era mercantil y no era lo que yo estaba buscando-. Al salir de allí, me dije Susana ¡tú estás muy mal! Pero… es lo que hay.

Esta soy yo y así me muestro, sin máscaras.

Gracias por estar ahí, al otro lado de vuestras pantallas. Yo, sin vosotros, no podría existir ❤       

¿Por qué nos conformamos?

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El artículo de esta semana es casi una pregunta que os lanzo a ver qué opináis al respecto.

Ya he dicho en muchas ocasiones que me suelen “acusar” de pensar demasiado, yo lo veo como un deporte, aunque también puede ser un acto de tipo compulsivo no lo voy a negar. Da igual, el caso es que voy a seguir haciéndolo porque me gusta y me lo paso pipa con los razonamientos tan locos a los que a veces llego.

¿Os imagináis una entrevista de trabajo en la que me pregunten: pasatiempo favorito? La respuesta sería, mirar para el techo y pensar.

El caso es que este domingo tuve otro de mis ataques reflexivos. No recuerdo cual fue el desencadenante solo que de repente cogí el móvil y le envié un mensaje a mi hija de lo más filosófico. Ella está acostumbrada, porque además tiene los mismos juicios extraños de su madre; debe ser culpa del fenotipo.

¿Creéis que nos conformamos con demasiada facilidad?

Personalmente, mi experiencia particular es que sí. No voy a relataros toda mi vida pero el domingo, a las diez de la noche fui consciente de que me he conformado demasiado.

Quizá, la semilla de esta especie de revelación esté en la lección que mi hija me ha dado. Cuando acabó Bachiller, hizo un ciclo superior de Realización Audiovisual. El último año me dijo que quería estudiar Educación Social, que en Asturias no lo había y lo iba a hacer en Salamanca. Confieso -y ella ya lo sabe- que no le hice caso porque me parecia algo inviable. Ese maldito 2017 había sido víctima de un suceso muy desagradable en mi vida laboral y nuestra situación financiera era de “telarañas”. Llegó marzo y me dijo que iba a Salamanca, la madre de su amiga les había buscado algunas opciones y tenían que elegir. Me quedé a cuadros pero no dije nada.

Estamos a junio, le quedan dos exámenes para finalizar el primer año de Educación Social en Salamanca.

¿Cómo fue posible? Porque no se conformó como yo hice cuando me diplomé como Maestra y resultó que no podía estudiar Psicología -es mi espinita y no importa la edad pero acabaré sacándomela- por motivos económicos. Y como no se conformó encontró la solución.

Y así a sus veintiún años, mi hija me ha dado la mayor lección de toda mi vida: si quiero algo no me puedo conformar, tengo que buscar la solución a los posibles obstáculos e ir a por ello.

¿Por qué nos conformamos?

Mi familia no es especialmente religiosa si exceptuamos a mi madre, los demás somos un compendio de agnósticos, ateos y creyentes “tuneados”, que es lo que soy yo, o sea a mi manera. No obstante, por tradición -según la generación de la que estemos hablando- hemos sido educados en creencias como el miedo a ser desagradecidos por lo que nos pueda pasar, y una espada de Damocles pende siempre sobre nuestras cabezas: no te quejes por lo que no tienes y agradece lo que posees no vaya a ser que recibas un castigo divino.

Sí creo que debamos ser agradecidos, como reconocimiento a todo aquello bueno que hemos logrado o nos ha sido dado. Sin embargo, esa idea de las plagas celestiales por desear más, por querer avanzar y mejorar, no me gusta.

Uno de los profesores de los que mejor recuerdo guardo de la Universidad es Jesús Avelino de la Pienda. Licenciado en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma y en Filosofía en la Complutense de Madrid, era por aquel entonces Catedrático de Filosofía de la Escuela de Magisterio de Oviedo. Basaba sus clases en el método socrático del pensamiento crítico que elimina la certeza e invita a la comprensión. Es decir, no exponía el temario sino que a través de la pregunta nos hacía llegar a él.

Me maravillaban sus clases, no daba nada por supuesto y nos obligaba a exprimirnos las neuronas al máximo. Poseía una visión de la religión muy aperturista. El libro que tuvimos que leer para sus clases, del que era autor y titulado “Una religiosidad humana y muchas religiones” indaga en el concepto del sentimiento religioso y de si la creencia en un dios monoteísta excluye las demás.

De sus clases me quedé con dos ideas, la de la religiosidad por encima de la religión y la del pensamiento crítico. Creo que de aquí viene mi querencia al ejercicio mental.

¿Por qué os he contado todo esto de mi antiguo profesor? Sencillo, porque me he dado cuenta que ese “conformismo” que algunos poseemos, tiene su raíz en un concepto equivocado de la religión y mi profesor de la Universidad, eminente teólogo y que se codeaba con grandes pensadores como el profesor Panikkar, otro aperturista religioso y gran conocedor de las religiones orientales -y del que tuve el placer de poder disfrutar de su verbo en una conferencia en la Escuela de Magisterio cuando estudiaba- lo tenía y lo tiene muy claro.

He mezclado la idea del conformismo con la religión y quizá os parezca una locura, pero creo firmemente que debemos conocer bien la raíz primigenia de todas nuestras creencias para poder cambiar aquellas que estén erradas en su concepto o en la interpretación.

En el libro que os mencioné el profesor De la Pienda comparte un texto que se titula “La Feria de las religiones” cuyo autor es Anthony de Mello y dice así:

 

Mi amigo y yo fuimos a la feria.
La Feria Mundial de las Religiones.
No era una feria comercial.
Era una feria de la religión.
Pero la competencia era tan feroz y la propaganda igual de estruendosa.

En el “stand” judío nos dieron unos folletos
en los que se decía que Dios
se compadecía de todos
y que los judíos eran su pueblo escogido.
Los judíos, ningún otro pueblo era tan escogido
como el pueblo judío.

En el “stand” musulmán supimos que Dios
era misericordioso con todos
y que Mahoma era su único profeta.
Que la salvación se obtiene
escuchando al único profeta de Dios.

En el “stand” cristiano descubrimos
que Dios es Amor y que no hay salvación
fuera de la Iglesia.
O se entra en la Iglesia, o se corre el peligro
de la condenación eterna.

Al salir pregunté a mi amigo: ¿ Qué piensas de Dios ?
Que es intolerante, fanático y cruel , me respondió.

Cuando llegué a casa, le dije a Dios:
¿Cómo soportas éstas cosas, Señor ?
¿No ves que han estado usando mal tu nombre durante siglos ?

Y me dijo Dios: Yo no he organizado la feria.
Incluso me habría dado vergüenza visitarla.

 

Con la acción de conformarse ocurre lo mismo que con la religión son interpretaciones erróneas del concepto de la vida y la gratitud en el primer caso y de la religiosidad en el segundo.

¿Os habéis conformado? ¿Con qué y por qué?

No es excusa ni justificación pero la explicación en mi caso es sencilla, lo hice porque tenía miedo: a no encontrar algo mejor, a perder lo poco que tenía, a ser desagradecida en resumen.

Y el resultado de mi conformismo es que no tengo nada de lo que quería -excepto haber sido madre joven y el regalo que supone en mi vida mi hija-. Y el domingo de noche recibí un sopapo de realidad cuando lo admití; a mi misma y en la confesión que le envié a mi heredera.

Me conformé y no estudié Psicología que era mi sueño, no busqué una solución.

Me conformé y he trabajado en puestos mal pagados y donde no se me valoraba y tenia prohibido brillar -lo pague caro cuando lo hice-.

Me conformé, mi único objetivo en la vida era tener un salario que me permitiese como mínimo comer y criar a mi hija y eso es lo que he obtenido, no ser ni una mil eurista.

Me conformé porque tenía que ser agradecida y dar gracias por lo poco que tenía porque otros tienen menos.

Pero se acabó. He dejado de conformarme, he cambiado mi pensamiento y mi concepto de la vida.

Quiero un trabajo que me permita vivir decentemente pero también quiero tener ahorros.

Quiero viajar y no conformarme con los folletos que cojo en las agencias para imaginar que puedo hacerlo.

Quiero dirigir mi vida, brillar si me da la gana sin que nadie me acose por ello ni me amenace.

Quiero dejar de pedir perdón si algunas cosas se me dan bien, como escribir, hablar, exponer ideas y conectar con las personas.

Quiero ser mi propio jefe, decidir mi propia política de empresa y hacerlo acorde a los esquemas morales que mis padres me enseñaron sin tener que soportar media sonrisita por ser demasiado honesta y no vender a cualquier precio -léase estafar-.

Quiero ayudar a otras personas que están tan hartas como yo, motivarles y explicarles con mi propia experiencia que se pueden hacer las cosas de otro modo.

Quiero divulgar mi visión de la actividad comercial como algo que se realiza desde la gestión emocional tanto del cliente como del comercial y aniquilar ese concepto del comercial charlatán al que sólo le importa cumplir sus objetivos.

Quiero escribir y publicar un libro de cuentos y otro en el que contar mi experiencia con todo lo sucedido en el 2017. Como fui capaz de salir reforzada y cambiar mi vida a raíz de una experiencia traumática en el trabajo. Y lo hice porque dije NO, dejé de aceptar lo que la vida me daba, me rebelé y perdí el miedo a lo que me pudiera suceder. Desde entonces soy libre.

Quiero escribir un cuento motivacional para niños, adolescentes y adultos en el que narre la experiencia de mi hija. El camino de una niña que llora y siente que no vale nada y no acabará ni la ESO y llega hasta la Universidad con un titulo de Realizadora Audiovisual bajo el brazo que le abre las puertas de una institución que siempre creyó vedada para ella.

Quiero hacer comprender al mundo que la vida es tortuosa y difícil. Que es normal sentirse bloqueado, perdido y hasta hundido pero que con el apoyo de los que te quieren y de quienes saben de tu sufrimiento porque ya lo han vivido, se sale adelante.

Quiero ser vendedora de emociones y rescatadora de sueños.

Y por todo ello, desde el domingo 8 de junio de 2018 he dejado de conformarme.

Gracias por estar al otro lado, deseo que vosotros tampoco os conformeis. ❤

Cuento del uno

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Esta es una historia más y sin embargo no es una historia cualquiera. Lo que a continuación os voy a narrar tiene muy poco que ver con la prepotencia y mucho con la envidia y la modestia.

El lenguaje humano se basa en la combinación de letras que forman palabras que, a su vez, construyen frases. Y en números, que solos o combinados, nos permiten contar hasta el infinito.

El problema surge cuando unos se creen mejores que otros. Por ejemplo, las letras del abecedario siempre se están peleando: que si tú sola no eres nadie sin mí –le dice la ce a la hache; que si eres una copiona –le recrimina la uve a la uve doble. En fin, ¡siempre con disputas!

Con los números ocurre lo mismo. El más envidiado es el uno, todos dicen de él que es un presuntuoso y un estirado que se piensa ser mejor que el resto por ocupar el primer lugar. Sin embargo, nadie sospecha que el uno es un número que se siente muy solo, ya que antes que él está la nada, y a continuación el resto de sus hermanos surgidos de la suma del anterior más uno. Y este, mis queridos niños, es el principal problema: todos los números que existen surgen del uno.

A pesar de todo, existe un lugar en el que nuestro uno es feliz. ¿Sabéis cuál es? Pues ni más ni menos que el cuaderno de los niños que aprenden a multiplicar y dividir. Veréis, a todos os ha costado mucho esfuerzo aprenderos las tablas de multiplicar y aprender luego a dividir. En este aprendizaje el uno se convierte en vuestro amigo, en vuestro aliado, ya que es lo que podríamos llamar un número espejo. Pensad un poquito. ¿Por qué razón se parece a un espejo? ¡Exacto! ¡Muy bien! Porque cualquier número multiplicado o dividido por uno da como resultado ese mismo número.

Al igual que la ce y la hache o la uve y la uve doble, los números también se pelean entre sí. Sobre todo el uno y el nueve.

-¡Tú tabla es más fácil! Eso no vale tramposo –se queja el nueve-.

-Ya, pero todos los niños desean tener un nueve en matemáticas y lloran si sacan un uno.

-Sí, pero en los grandes premios de motociclismo todos desean ser el número uno para estar en el podio de honor.

-Olvidas, sin embargo, que esos mismos grandes premios nueve puntos son más que uno.

Y así todo el día, discutiendo y discutiendo y discutiendo.

Os voy a contar un secreto, lo que los números no saben es que todos son necesarios. Todos son buenos en unas ocasiones y malos en otras. Os lo demostraré:

Cero patatero son los enemigos que tengo.

Una es mi mamá.

Dos son las manos con las que escribo.

Tres eran los cerditos.

Cuatro esquinitas tiene mi cama.

Cinco son las vocales.

Seis las caras de un dado.

Siete notas posee la escala musical.

Ocho vértices tiene un cubo.

Y nueve es el triple de tres.

Queda claro pues. Todos somos iguales, todos necesarios. Juntos podemos, separados nunca lo conseguiremos.

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Este cuento al igual que “Un cuento para ti” lo escribí hace muchos años, ni me acordaba de él. Lo encontré esta semana y me dio mucha ternura leerlo, comprobar que mi pequeña obsesión con la justicia, la ética y lo que es correcto viene de muy lejos. Espero que os guste, es una forma de educar a los niños en valores como el respeto y la tolerancia ❤

Permítanme que me cabree

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Tengo una especial querencia a defender lo que la mayoría de la población evita. Aquello que socialmente está mal visto, pero tranquilos, hablo en términos de emociones.

Hace dos años escribí un artículo en “La Nueva Ruta del Empleo” donde ponía en valor la necesidad de “Mi día de mierda”. Os dejo el enlace para no tener que volver a explicar lo que ya está escrito.

Hoy siento la imperiosa necesidad de dejar a un lado mi propia gestión emocional y con vuestro permiso ¡me voy a cabrear!

Enfadarse es sano, dejas salir todos los demonios que anidan en tu interior y si lo haces de forma conveniente posiblemente hasta adelgaces unos cuanto kilos después del proceso de expulsión.

No os voy a descubrir nada nuevo si afirmo que la ira hay que saber gestionarla. Evidentemente no voy a coger un bazoka (pensar lo pienso seré sincera) y subir a las tres de la mañana a casa de mi vecino a finalizar de una vez con los malditos ruidos que llevan años incordiándome. A ver, ¿me quedaría relajada? seguro que sí, pero está feo molestar al resto de vecinos. ¿Qué hago entonces? Aguantarme, dormirme soñando que me toca una Primitiva y me puedo comprar otra casa, esta vez en medio del monte sin vecinos ruidosos. ¡Eso es gestión emocional y lo demás chorradas!

Pasamos la vida conteniéndonos, porque no somos unos asesinos en serie y sabemos lo que significa vivir en sociedad. Y de tanta contención un día te levantas y te das cuenta que te cuesta trabajo respirar y tu corazón bombea más rápido que Fittipaldi en las 500 Millas de Indianápolis; te miras al espejo y te dices: ¡Cuqui hoy te vas a cabrear y mucho!

Para hacerlo y que resulte satisfactorio y productivo es evidente que debe haber público, aquí el primer problema porque en estos momentos no hay nadie en casa. Puedo bajar a la calle y poner a parir al primero que me cruce pero igual acabo en el área de Psiquiatría del Hospital Central de Asturias y ahora mismo no me viene bien; así que he decidido hacerlo por escrito que es muy original. Tranquilos no lo pagaré con el portátil que acabo de terminar de pagarlo y no está el horno para bollos.

A ver dulce Susana, ¿por qué estás enfadada?

Si me leéis habitualmente sabréis que llevo tiempo buscando empleo, el cómo llegué a esta situación es otra historia que algún día contaré. No es una amenaza para nadie, es un hecho. Vale, estábamos en que llevo tiempo buscando trabajo -esto ya es una gran y enorme pista- y se está convirtiendo en una utopía encontrar o descubrir -porque creo que más que en búsqueda activa de empleo lo que estoy es explorando la Jungla Laboral- un trabajo acorde a lo que dice la Constitución en su artículo 35: Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”. Y en el 123: “Toda persona tiene derecho al trabajo digno y socialmente útil; al efecto, se promoverán la creación de empleos y la organización social de trabajo, conforme a la ley”.

Vayamos por partes y despacio que cuando me enfado sufro de verborrea e igual os perdéis por mi laberinto mental.

¿Por qué exploradora de Jungla Laboral y no por ejemplo de la Estepa? Sencillo, la Estepa es un territorio de clima adverso y extremo, con escasas precipitaciones, escasa materia orgánica y alto contenido en el suelo de hierro, lo cual le confiere una amenazante tonalidad rojiza al suelo. Es como un desierto, pero frío no tórrido. La Jungla en contraposición es un bosque lluvioso tropical con gran variedad biológica y abundante vegetación lo que dificulta que la luz llegue al suelo. Igual que el mundo laboral: rico y frondoso pero lleno de claroscuros.

En estos meses he asistido a entrevistas surrealistas donde a estas alturas de la Historia y la ¿civilización? se nos sigue preguntando a las mujeres por nuestro estado civil y si tenemos hijos -incluso cuando tus ovarios ya van haciendo tic tac y sacando la bandera de meta-. He enviado tropecientos currículos a ofertas vía web, en aplicaciones donde sigo, después de meses, apareciendo como “CV sin leer”, mientras dicha oferta se publica una y otra vez; o bajo la etiqueta “en proceso” sin que a lo largo del tiempo nadie se haya puesto en contacto conmigo.

Haciendo un alarde de empatía -mi paciencia es mucha hasta que se agota- soy hasta capaz de entender que son tantas las solicitudes que las empresas reciben que se les hace inviable gestionarlas adecuadamente. Genial, o sea súper guay, yo me pongo en el lugar del departamento de RRHH pero ¿alguien se pone en el mío o en el de todas las personas que estamos buscando empleo en este puñetero país? -los tacos relajan lo he leído- ¿Es tan difícil gestionar bien las aplicaciones para publicar ofertas haciendo uso de todas las posibilidades que ponen al alcance de los reclutadores?

¡Un poco de compasión por Dios que somos personas, humanos con un corazón que late!

Sigamos desgranando mi cortocircuitada reflexión.

Hacía mención a los artículos de la norma suprema del ordenamiento jurídico español, o sea, la Constitución. Dice que todos tenemos derecho a una remuneración suficiente para satisfacer nuestras necesidades y las de nuestra familia. ¡Este ha sido el detonante de mi monumental enfado! Ofertas de trabajo indignantes que provocan que a día de hoy una gran parte de la población trabajadora sea pobre, no llegue a fin de mes. ¡Qué decir entonces de los que estamos desempleados o de los que han agotado la prestación!

Esta mañana estaba desayunando y me han llamado de una empresa que colabora con el SEPE en programas para búsqueda de empleo, para ofrecerme un trabajo de comercial (el trabajo no, me explicó bien enviar mi cv a la oferta): jornada completa, yo pongo el coche y el combustible y un salario de 700 euros brutos mensuales pagas incluidas.

Se me atragantó hasta el café. No es que me sorprenda pues es lo que hay, la norma al menos en Asturias; es que se llenó el vaso, se colmó, se desbordó, se inundó, cayó una tromba de agua, se abrieron los cielos y los infiernos, llegó el día del juicio final ¡BASTA!

Llega el momento álgido aviso. ¡Estoy harta!

Primero, 700 euros es un salario ilegal pues no llega al SMI que informo es de 735,90 € en 2018.

Segundo, si pongo coche y combustible e imagino que hasta el móvil necesito como mínimo 200 euros -tirando por lo bajo- para todos estos gastos, me quedan 500 euros al mes ¿de qué vivo? ¿Dejo de comer? ¿Dejo de pagar al banco las letras de la luz, agua, seguros y servicios varios, IBI, viñeta del coche? ¿Saco el coche del garaje y lo dejo dormir en la calle? Además de tener una hija que tiene la mala costumbre de comer, estudiar, vivir y respirar. Vamos que no me queda ni para morirme llegado el caso.

Tercero, no podría ni tomar un café a media mañana. Porque claro nadie tiene la culpa de que esta buena mujer necesite reponer fuerzas para no desmayarse conduciendo por una bajada de azúcar -no soy diabética-.

Cuarto, ¿cuándo decís que se abolió la esclavitud?

En mi gimnasio -uyyyyyyyy que despilfarro que voy al gimnasio ¡claro cómo no te va a parecer poco ganar 700 euros brutos al mes incluidas las pagas extras!- van a ofrecer un nuevo servicio: sacos de boxeo. Yo, ya me visualizo ahí dando sopapos a diestro y siniestro y lanzando la pierna en plan Karate Kid -lo de dar cera, pulir cera igual está bien también; tendré que meditarlo-. Tiene que ser una experiencia religiosa como la del chiquillo del Julio Iglesias.

Total, que parece que me siento algo mejor. Al final sí que he gestionado mi ira haciendo algo constructivo: escribir.

A lo que no paro de darle vueltas es al hecho de que si no encuentro lo que busco, quizá haya llegado el momento de crearlo.

En fin queridos míos. Hoy más que nunca infinitas gracias por haberme leído, ha sido como si os tuviera delante de mí y me hubiera sincerado con vosotros. Espero que ninguno haya salido herido.

Un beso ❤

Un cuento para ti

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-Mamita cuéntame un cuento.

-¿La Cenicienta?

-No, otro.

-¿Cuál?

-Uno de esos inventados por ti.

-Vale. Dime una palabra, la primera que te venga a la cabeza y ese será el título del cuento de hoy.

-Pelota.

-Pues… déjame que piense un poco.

-¡Espera! ¿Cómo se llamará la protagonista?

-Como tú: Rocío.

-¡Bien!

-Pues era que se era una niña llamada Rocío. Tenía dos piernas, dos brazos, dos orejas, dos ojos, dos manos y dos pies como todo el mundo; pero no era una niña cualquiera.

-¿Por qué?

-Poseía un don.

-¿Un don?

-Sí, el don de la imaginación. Rocío no dormía nunca sola, desde pequeña una vaca la acompañaba desde lo alto del armario; un conejo velaba sus sueños desde la ventana y un lobo le aullaba a la luna para que la iluminara y no tuviera miedo de noche. Su paraguas era especial, no como el del resto de los niños, sólo ella y su madre podían verlo. Un día que Rocío estaba triste, su mamá, con tela de estrellas de la mejor calidad, hilo de sueños y agujas de esperanza se lo cosió. Era rojo, el color preferido de la niña, y el mango con forma de ratoncito. Se guardaba en el armario que está en todos los sitios y cada vez que Rocío se sentía triste, abría el armario, sacaba el paraguas y la tristeza resbalaba por él. Caía al suelo, formando charquitos de infelicidad. Luego Rocío, cogía su aspiradora, Doña sonrisa, y aspiraba todos y cada uno de los cristales en que se había convertido su tristeza. Eso sí, había que secar bien el paraguas después de cada uso para que no se estropease.

-Mamá, dime cómo era Rocío.

-Rocío era bonita por dentro y por afuera, delgada como un alfiler y caminaba a saltitos. Su madre siempre le decía “Rocío, tu no te habrás tragado un muelle ¿verdad?” Y ella, la miraba con sus enorme ojos verdes, sonreía y contestaba “Ay mamita, como me voy a tragar un muelle. ¡No me cogería en la boca!” Pero seguía caminando a saltitos. Como una pelota que rebotase siempre contra el suelo, boing, boing.

-Y su madre ¿la quería mucho?

-¡Ay corazón! su madre vivía por ella. Ya te dije que Rocío era bonita por dentro. Sucedió una vez que la mamá de Rocío, que se llamaba Sandra, se puso triste, muy triste. Lloraba y lloraba y no paraba de llorar. Rocío ya no sabía qué hacer para consolarla así que decidió regalarle un paraguas parecido al que ella tenía. Con amor, mucho amor, silencios, sonrisas y ternura le hizo a su madre el paraguas más bonito que se ha podido ver jamás en país alguno. Con un trocito de su corazón y una pizca de su alma inventó una tinta especial y utilizando el lápiz de la inocencia le dibujó espacios en blanco.

-¿Para qué?

-Para estar ellas dos solas. La utilización del paraguas era muy sencilla, cuando Sandra, la mamá de Rocío, se sentía mal, lo único que tenía que hacer era abrir el paraguas y los espacios en blanco que su hija le había dibujado se convertirían en lo que ella quisiera: un jardín de flores tropicales, un bosque encantado, la casa-seta de un gnomo.Un lugar al que sólo podían ir ella y su Rocío del alma.

-Mamá ¿me quieres tanto como Sandra a Rocío?

-Te quiero más aún.

-Dime por qué. Cuéntame cuándo me conociste, cuándo empezaste a quererme.

-Te conocí cuando te sentí. Te quise siempre.

-Mami.

-¿Qué?

-¿Qué tiene que ver este cuento con una pelota?

-Nada y todo.

-¿Por qué?

-Nada porque habla de paraguas y todo porque trata de fantasía. La fantasía es producto de la imaginación y vive en el mundo de Todo es Posible donde reina su Alteza Real Don Todo me lo creo, que está casado con Doña Si tú lo dices será cierto. Tienen un hijo, el príncipe Sonrisas y una hija, la princesa Esperanza. Esta tiene un perro, el perro tiene una pelota y “Pelota” se titula este cuento.

-Tramposa, eso no vale.

-Y si te digo que pelota es mi amor porque rebota.

-Uaaaa, tengo sueño mamuchi.

-A dormir.

-¿Sabes que te quiero mucho?

-¿Tanto?

-Muchichisísimo.

-Yo a ti más.

-Hasta mañana mamá Sandra.

-Hasta mañana Rocío y gracias. 

-¿Por qué?

-Por el paraguas.

-Ummm, de nada mami… zzzzz

Este cuento lo escribí para mi hija hace muchos años, cuando ella era pequeña como un garbanzo ❤

Un gato negro, un espejo roto y una ecuación simple

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Mi tía, que es como mi segunda madre, anda preocupada por mí. Está convencida de que tengo mala suerte. La cuestión es que en el último año y medio -¡qué rápido pasa el tiempo!- una serie de catastróficas desdichas relacionadas con esa parcela de terrero denominada “Vida Laboral” la han llevado a tal aseveración.

Va por ti querida Ascensión, también conocida como Choni. Hace un par de días te expuse porqué no tengo mala suerte y ahora te dedico el artículo de esta semana para que te quedes tranquila.

¡No creo en la mala suerte y tampoco en la buena!

Me gusta escribir es obvio. Unir letras, tejer palabras, hilvanar frases y pespuntear párrafos. Soy creativa lo cual lleva a inferir que la parte más desarrollada de mi cerebro es la derecha.

El cerebro humano esta dividido en dos hemisferios. El derecho se corresponde con la capacidad creativa, las sensaciones y emociones. El izquierdo con la lógica y las matemáticas aunque también es donde reside la facultad de expresión tanto a nivel oral como escrito. Se dice que todos tenemos más desarrollado un hemisferio que otro, cabría pensar que alguien cuya característica principal de su personalidad viene determinada por un evidente desarrollo emocional, pertenece al grupo de individuos cuyo hemisferio predominante es el derecho.

En mi caso no se cumple. Mis dos hemisferios están equilibrados, de ahí el hecho de que sea capaz de ponerme a llorar simplemente por ver a otra persona hacerlo, aunque no la conozca de nada y a la par conservar la frialdad necesaria para tomar decisiones duras y llevarlas a la práctica hasta sus últimas consecuencias.

Llegados a este punto podréis entender que afirme no creer en la mala suerte.

Según la RAE la probabilidad es el cálculo de las posibilidades que existen de que una cosa se cumpla o suceda al azar, que a su vez es definido como casualidad o caso fortuito. La casualidad es un conjunto de circunstancias que no se pueden prever ni evitar y fortuito, algo que sucede casualmente. Prever, es conjeturar por algunas señales o indicios lo que ha de suceder. Suerte a su vez, es definida como encadenamiento de sucesos considerados fortuitos o casuales.

A lo mejor es necesario volver a leer con detenimiento el párrafo anterior, ir saltando de concepto en concepto para llegar a la conclusión de mi afirmación: no creo en la suerte sino en las matemáticas.

La vida es cruel y todos buscamos válvulas de escape. Están los que prefieren no darle demasiadas vueltas a las cosas, los que se escudan en un supuesto sino o los que tenemos cierta querencia a centrifugar la cabeza en busca de explicaciones.

Mi padre, supongo que por mi bien, me dijo hace muchos años que no todo en la vida tiene explicación, sin embargo mi cerebro matemático jamás estuvo de acuerdo. Otra cosa y ahí sí estoy de acuerdo con él, es que hay explicaciones que no merecen el gasto energético de ser halladas.

Nunca me detuve a pensar en la mala o en la buena suerte, me daba igual me parecía un tema carente de interés porque no le veía utilidad alguna, pero cuando mi tía comenzó a sufrir por ese supuesto mal fario mío me propuse demostrarle que no era cierto.

Nací feliz, lo sé porque estaba allí. Crecí feliz y sigo siendo feliz porque esa ha sido siempre mi decisión. Todos estamos expuestos a los vaivenes de la vida y yo no iba a ser menos, no soy tan especial.

Si levantamos la cabeza un momento y meditamos sobre la situación socio económica que atraviesa este querido país nuestro es más que evidente que se podía prever que tenía la probabilidad de que me tocase sufrir algo tan desestabilizante como es quedarse sin empleo. No ha sido mala suerte, sino estadística, probabilidad matemática. Los números han hablado, han sentenciado y me ha tocado.

Detrás hay un desagradable suceso del que no hablo -aún, algún día lo hare- y tú conoces, que aumentaba dicha probabilidad así que tía de mis entretelas no es mala suerte, puedes estar tranquila, es una fórmula matemática.

No voy a negar que a veces parece que el Cosmos decide reírse un poco de ti y te sucede una cosa tras otra, una mala racha la llaman. Bueno, yo soy cabezona lo admito y a la mía le he encontrado explicación, tenía todas las variables de la ecuación y al final la he podido resolver.

Siempre digo mi vida mis decisiones. No me gusta dar consejos a nadie. Todos debemos tener la libertad de decidir, pero yo sigo en mis trece de centrifugar y racionalizar. Me hace más feliz y me ayuda a resolver las incógnitas.

No gano, no ganamos nada con buscar culpables aquí o allá. Quizá hacernos daño, sentirnos hundidos ante lo que consideramos una injusticia pero así no encontraremos el camino de vuelta a Oz. 

 

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¿Y mi valor? Intervino el León en tono ansioso. Estoy seguro de que te sobra valor respondió Oz. Lo único que necesitas es tener confianza en ti mismo. No hay ser viviente que no sienta miedo cuando se enfrenta al peligro. El verdadero valor reside en enfrentarse al peligro aun cuando uno está asustado, y esa clase de valor la tienes de sobra”. (El Mago de Oz)

Una semana más gracias por estar ahí. Yo, sin vosotros, no podría existir ❤

Apariencias y otras zarandajas

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Era madrugada y, como siempre que mi cabeza tiene demasiados pensamientos que centrifugar, estaba despierta.

De repente creí escuchar una música, me resultaba muy familiar aunque tardé algunos segundos en identificarla. Me levanté y como un perro de caza agucé el oído. Venía de la calle y era alguien silbando y tarareando. ¿A estás horas? -me pregunté-. Levanté la persiana, abrí la ventana y me encontré con una escena increíble, una de esas personas que mientras nosotros dormimos se encarga de que encontremos la ciudad reluciente al amanecer, silbaba de una forma sublime La Traviata.

Me quedé asomada, mirando con que alegría trabajaba y escuchando esa maravilla que salía de sus labios. Se perdió al final de la calle, pero el tarareo inundaba la noche.

Allí apoyada sobre mi ventana no pude evitar que bajo la luz de las farolas fueran desfilando esos caballeros con sus recién planchados trajes, y las damas perfectamente maquilladas, con cada cabello en su sitio y maravillosos trajes de gala o cóctel camino de la última representación de la temporada de ópera. Y al fondo, el señor barrendero silbando La Traviata.

Apariencias. Con esta palabra me dormí.

Para cada acto social hay una etiqueta que cumplir. A la ópera no se puede ir en vaqueros -tampoco es que te vayan a expulsar pero no es lo adecuado, dicen-. Las niñas ricas y “pijas” americanas, las actrices del momento y la última hornada de modelos se dejan ver cada año en el festival de Coachella en California, con sus “descuidados” estilismos. Es lo que se lleva, se plantan sus botas de agua y tratando de emular la cultura hippie se preparan para salir en todos los tabloides de papel couché.

Apariencias.

La ópera y la música clásica son cultas. El rock música del diablo.

Apariencias.

A lo largo de la historia cada tipo de representación cultural se asocia a un determinado estatus económico. Estoy leyendo “La hija de Cayetana” de la escritora Carmen Posadas. Transcurre a finales del siglo XVIII, la época de la Revolución Francesa. El libro trata el desconocido tema de la esclavitud en España. Pero esclavos o sirvientes -esclavos al fin y al cabo también- queda claro que las clases nobles eran refinadas, cultas y de oído sensible. Los demás, la plebe, brutos, ignorantes y con gustos musicales desafortunados. Claro está que eso es lo que decían ellas, las malditas apariencias.

Los siglos se han ido sucediendo uno tras otro y presumimos del alto nivel de civilización alcanzado. ¿Seguro?

Continuamos siendo clasistas aunque lo neguemos. Todos llevamos una etiqueta a la espalda que nos sitúa en una casilla social u otra según nuestro trabajo. Y sí, sólo me refiero al trabajo, ya no hablo de nivel económico o cultural porque da igual, según el empleo presumimos el resto. ¿Por qué?

¿Es más importante un trabajo que otro? ¿Trabajar de barrendero o de cirujano dicta el nivel cultural o gustos musicales de una persona y que por las noches silbe La Traviata de Verdi o Nothing Else Matters de Metallica? ¿Sabemos que hay detrás de cada persona? ¿Conocemos la historia vital del barrendero, de la comercial, de la peluquero, del camarero, del pescadero, del fontanero? 

Apariencias.

Vas a una entrevista de trabajo y te preguntan si vives en pareja o si tienes hijos. ¿Por qué? ¿Qué aportan estos datos sobre mi persona, mi valía, mis capacidades, mi actitud, mi valor, mi ética?

Apariencias.

Tienes un bebé vestido de azul y te dicen ¡qué niño más guapo! Aclaras que es niña y te miran sorprendidos mientras exclaman ¡Ah es que como va de azul! Sí, exacto, una niña vestida de azul.

Apariencias.

Estudias, acabas la ESO, el Bachiller y te preguntan ¿qué carrera vas a estudiar en la Universidad? Voy a hacer un ciclo superior. ¿Qué es que estudias mal? No, es que es mi elección.

Apariencias.

Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Como las cucarachas, pero ellas lo tienen más claro que nosotros.

Dices lo que piensas y eres subversiva o antisistema que ahora está muy de moda. Te opones a las injusticias y estás loca. Hay que tragar, hay que aguantar, no hay elección así es la vida te susurran al oído.

Y tú sonríes les miras, te desnudas y les respondes: ¡ahí os dejo con vuestras apariencias!

Una semana más gracias por estar al otro lado. Yo, sin vosotros no podría existir ❤

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Trece razones

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13 Reasons Why es la historia de Hannah Baker una adolescente que se suicida y deja varias cintas grabadas en las que explica los trece motivos que la llevaron a tan fatal desenlace.

Conocí la existencia de esta serie por mi hija, gran aficionada a la cultura seriéfila. He de añadir que conocedora de lo que supone tener una madre PAS y con propensión a analizar, procesar y darle mil vueltas a toda la información que mi cabeza recibe, me recomendó no verla pues me iba a resultar incómoda y al final me sentiría mal. 

Por supuesto, los hijos no hacen caso a sus padres y las madres tampoco hacemos caso de los hijas y después de varios meses decidiendo si verla o no, lo hice.

Tenía razón, me impactó hasta lo más hondo de mi ser.

No voy a comentar nada que destroce la trama y os recomiendo no leer ningún artículo al respecto pues ya estaréis alerta y no será lo mismo. Los primeros capítulos me sentí de mal humor, a medida que la trama se iba enredando o más bien desentrañando el malestar hizo su presencia; para finalizar con tales nauseas que me llevaron a hacer aquello que mi hija tenía miedo que ocurriera: sentir un terror absoluto como madre.

A continuación sucedió lo que mi unigénita sabía que iba a ocurrir, mi cabeza dando vueltas a todos y cada uno de los capítulos hasta llegar al motivo del artículo de hoy, en el que repito que no desvelaré nada puesto que de lo que voy a hablar se puede inferir del título y la sinopsis de la serie.

¿Somos conscientes de lo que nuestros actos pueden provocar?

Esta es la pregunta que me reconcome. Los actos dañan, pero las palabras también pueden ser puñales por mucho que se diga que las lleva el viento.

Cuando mi hija era pequeña inventé un paraguas mágico para ella, cuando alguien le dijese algo que no le gustara sólo tenía que abrirlo y dejar que las palabras resbalasen por él hasta caer al suelo, luego con la ayuda de la aspiradora -también mágica- las recogería y no le podrían hacer daño. Me miró con sus inmensos ojos verdes y con esa lógica aplastante de la que aún sigue haciendo gala de adulta -gracias al cielo- me dijo señalando un oído: ya mami pero es que me entran por aquí y no me salen por aquí -señalando el otro- sino que se quedan aquí -poniendo un dedo largo y fino sobre su cabeza-.

No me quedó otra que admitir que era cierto, las palabras no se pueden olvidar una vez las han lanzado como dardos envenenados. Sé que estaréis pensando que tenemos la capacidad de decidir como nos aceptan las cosas pero ¿Y si por algún motivo carecemos de ella? Pensemos en un niño, o en una etapa tan complicada del proceso de maduración como es la adolescencia.

Además no tenemos derecho a exculparnos esgrimiendo este argumento, ya demasiado sobado, al que yo también he recurrido en más de una ocasión.

Por supuesto el caso que nos cuenta esta serie es extremo, pero no he podido dejar de preguntarme: ¿cuántas veces en la vida habré hecho daño con mis palabras?

Y esta cuestión me llevó a otro razonamiento, si molestamos a través del verbo sin ninguna intención, ¿quién es el culpable, aquel que habla sin actitud ofensiva en su boca o quien escucha y por el motivo que sea, interpreta el mensaje de tal modo que le resulta hiriente?

Complicado ¿verdad?

Hay otra frase muy manida por las redes que dice: soy responsable de lo que digo no de lo que tú interpretas.

¿Tiene razón o también es auto exculpatoria? Supongo que un poco de todo y dependiendo de lo dicho.

Ya sabemos que en toda comunicación hay varios elementos: emisor, receptor, mensaje, código, canal y contexto. Si uno de ellos falla, el mensaje se distorsiona. Aquí radica por ejemplo el hecho de que considere el WhatsApp un invento del demonio, ya que al faltar el gesto de la cara y el tono de la voz, se producen innumerables malos entendidos.

Todas estas preguntas, respuestas y razonamientos fueron pasando tras ver “Por trece motivos”. Y sigo sin encontrar sosiego pues las noticias, las redes sociales y el día a día me demuestran que últimamente mis amadas palabras no se tejen con cariño y ternura para formar frases y dar forma a historias cotidianas sino que se escupen emponzoñadas no sé bien porqué motivo o razón.

La historia de Hannah Baker es la de la maldad humana. La de aquellos que disfrutan infligiendo dolor. La de quienes tejen una telaraña cada vez mayor para protegerse sin importar a quien devore la reina del tapiz.

Es la historia de una sociedad avestruz, que esconde la cabeza para no ver, creyendo así que también ella se oculta a la vista.

Hannah Baker, es la personalización de todo lo que eludimos porque nos resulta incómodo. De profesionales que no están capacitados. De padres ausentes. De amistades impostoras.

Sí hija me ha resultado dura tenías razón, pero necesaria. No se puede escoger que ver, hacer o decisión tomar tan sólo porque nos vaya a resultar duro. Precisamente por eso estamos obligados a afrontarlo. Para conseguir entre todos, cambiar aquello que contamina el concepto de sociedad civilizada y que de verdad lo seamos.

Sólo me resta recomendaros, si no lo habéis hecho, conocer esta historia y recapacitar sobre ella. Quizá no os impacte tanto como a mí, o sí. Es de esas series que sería obligatorio ver.

Por cierto, antes del inicio de varios capítulos, sobre todo los finales se avisa de la dureza de las imágenes.

Si después queréis compartir conmigo y con todos nosotros vuestra lectura estaré encantada de que podamos abrir entre todos un debate constructivo, sobre todo para poder ayudar a nuestros hijos.

Gracias por estar ahí al otro lado. Yo, sin vosotros no podría existir ❤

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La mujer del acantilado

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El aire juega con su pelo.

Plié, demi-plié y relevé susurra Eolo desde su trono, y como los bailarines de un coordinado ballet, los mechones sueltos se mecen al son de las corcheas, fusas y semifusas que suben por el acantilado con el batir de las olas.

La mirada más allá de la línea del horizonte. Temerosa, ansiosa y a la vez esperanzada.

A su alrededor, a cámara rápida, las estaciones se van sucediendo una tras otra. La noche y el día. Los meses. Los años. Pero ella permanece imperturbable. Tan sólo la delatan el sencillo vestido de gasa que lucha cada verano contra la brisa juguetona o el grueso abrigo tan gastado y raído como el dolor de la espera.

Cuentan que sus ojos han visto nacer varias generaciones que se pierden a diario más allá de la línea azul. Que sus oídos distinguen cada una de las sirenas del puerto. Que sus manos han tejido redes más largas que el tapiz de Penélope. Dos mujeres con un mismo destino: esperar.

Cada atardecer, sube la escarpada pendiente y otea las olas en busca de una señal. Agudiza el oído y ordena silencio a las gaviotas. Estas, en señal de respeto baten sus alas hacia el lugar donde no alcanzan a llegar sus profundos ojos, en busca de noticias.

Su historia es tan solo una más entre la de tantas mujeres esculpidas en el sufrimiento y el amor. Herederas de un destino no buscado pero jamás evitado. Niñas y mujeres del mar. Hijas, hermanas, esposas y madres de sal y espuma.

En cada acantilado hay una figura que le suplica a la inmensidad del mar: devuélvemelo.

El ciclo se repite. Al amanecer millones de pescadores en el mundo se lanzan al mar. Millones de barcos de todos los tamaños y nacionalidades surcan las aguas en busca de los mejores bancos, de las capturas de más calidad.

Al caer el sol, uno tras otro vuelven al hogar donde una mujer les sirve de guía.

Va pasando la vida y la erosión hace mella en la superficie rocosa. Aparecen nuevas marcas sobre su piel. Su pelo se vuelve gris, los ojos se nublan, la espalda se encorva.

Llega un día en el que otra mujer la sustituye en el mirador. Y mientras las estaciones sin pausa se van sucediendo, el mar juega con los hombres de salitre a su antojo.

En ocasiones, las sirenas se celan de esos ojos que todo lo observan y se lleva a sus seres queridos. Los encandilan con sus cánticos y se pierden entre los aparejos.

Mirada al frente, el pelo revuelto, las manos aferradas a su propio cuerpo. Así, con la porte erguida y digna de quien sabe lo que es el orgullo poco a poco se fue petrificando.

Nunca dejará su atalaya y los barcos harán sonar su sirena cada vez que se aproximen a puerto en señal de agradecimiento.

Ella, la mujer del acantilado. La que espera.