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«Caer está permitido, levantarse es una obligación»

El post de hoy no es amable. Así que te doy la opción a no seguir leyendo. Muy posiblemente será un artículo que ni tan siquiera quieras compartir, incorrecto de principio a fin y cruelmente sincero. Sin azúcar y amargo.

Mi intención es hacer consciente ese dolor que almacenas y ocultas en algún recoveco de tu alma. Que llores, con rabia y amargura. Que te permitas sentir la hiel que recorre tus venas. Que te quites la máscara, sin miedo. Que admitas que en ocasiones te sientes como una real mierda. Que te apetecería meterte en la cama, taparte hasta las cejas y dormir a solas con tu amargura.

Me gustaría acompañarte, tengo un enorme paquete de pañuelos y dos hombros sobre los que reposar tu cabeza.

¿Iniciamos el viaje al centro de tu dolor? ¿Te atreves?

Vivimos en una sociedad que anestesia cualquier tipo de manifestación emocional negativa. Está mal visto ser sensible. Llorar es de cobardes. Admitir que estás pasando una mala época es pecar de victimista. Quejarse es sinónimo de ser un perdedor.

Estamos en la era de los HFT, «happy full time». Las frases positivas inundan las redes sociales. Cadenas en el maldito «guasap» que de romper te condenan al infierno de los indeseables hasta el fin de los tiempos. Artículos «súpermegahiperguays» en los que te queda muy claro que tú tienes la culpa de todo lo que te sucede. Pastillas para dormir. Vitaminas para que cortes los lazos de la desesperanza y salgas a la calle dando saltos y repartiendo piruletas de fresa en forma de corazón. Dietas con superalimentos que te harán levitar y ver mariposas de colores en cuanto abras tus alegres ojillos al amanecer. Cremas revitalizantes para tu agobiada piel. Antiojeras para tener buen aspecto. Fajas para disimular los pliegues de la edad y que ni por un momento se note que tu cuerpo ha albergado una vida, que tus pechos alimentaron y criaron a uno o más hijos.

¿De verdad es esto lo que quieres? ¿Crees sinceramente que no tienes derecho a TU DÍA DE MIERDA? Pues te voy a dar una buena noticia, ¡es tu vida, tu decisión, tu cuerpo, tu mente, es tu basura emocional! Tienes la absoluta libertad de sentir. Olvida lo que te dice esta sociedad narcotizada.

¡Siente coño, siente! Grita, suelta tacos, pega puñetazos, cágate en lo que haga falta, pero echa fuera de tu cuerpo todo ese dolor empozoñado y enquistado. ¡Libérate, respira, deja espacio a lo bueno que esté por llegar, haz un sitio a la esperanza!

¿Intentamos llorar?

Sólo estamos tú y yo. Nadie más te va a ver. Quedará entre nosotros.

Imagina que estamos sentados en algún lugar que te tranquilice y te permita desnudar tu alma sin miedo. Puede ser tu casa, un rincón discreto del parque, la azotea de tu edificio o quizás en una playa solitaria, al borde del mar viendo el atardecer (ésta es mi opción).

Cierra los ojos, sin apretar los párpados, relajadamente. Escucha tu respiración, céntrate en ella. Inspira lentamente de tal forma que el aire llegue hasta tu abdomen. Visualiza como el oxígeno va llenando tu estómago, pon tu mano encima y siéntelo. Luego, muy despacio vete expulsándolo por la boca. Así, poco a poco, notas como te vas relajando. Abre los ojos y mírame.

Permítete acceder a tu dolor, piensa en lo que hace que últimamente te sientas mal: problemas en el trabajo, una amiga tóxica, una complicada relación de pareja o tal vez la ausencia de ella y el miedo a volver a arriesgarte, a sufrir. La pérdida de un ser querido. La desesperación por la falta de recursos económicos para sacar adelante a tu familia. Una simple operación quirúrgica que ha provocado que posiblemente no vuelvas a ejercer tu profesión. O simplemente no hay motivo.

¿Sientes que no puedes más? ¿La carga es demasiado pesada? ¿Estás harto de llevar toda tu vida luchando? ¿Hasta las narices de que todo el mundo te diga lo que tienes que hacer? ¿Hastiado de esta existencia?

Tienes razón, todo es nauseabundo. Entonces, ¿por qué te pasas la vida disimulando? ¿A ti que te importa lo que opinen los demás? ¿Acaso son perfectos? ¿Calzan tus zapatos? ¿Quién demonios te ha dicho que te lo tienes que tragar todo? ¿En qué momento de tu vida firmaste un contrato que te prohíba ser tú mismo y ponerte a llorar como un niño si así lo necesitas?

¡Mírame, tu vida es un puto asco y tienes todo el derecho del mundo a gritarlo a los cuatro vientos! ¡No seas cobarde, laméntate sin miedo! ¿Qué es lo peor que puede ocurrir si das rienda suelta a tus emociones? ¿Qué es lo mejor que podría suceder?

¡Mírame y llora!

Siente como todo el dolor te va subiendo por el estómago. Llega a tu garganta y se convierte en un nudo que no te deja respirar. ¡Escúpelo!

¡Estás harto de todo y de todos! De los falsos felices, de los regala consejos, de la puñetera televisión y su porquería de anuncios Mundo Matrix.

Hasta los mismísimos de los gurús que te hacen sentir como un trapo porque eres incapaz de practicar ese palabro nuevo, resiliencia. ¡Resimierda piensas tú!

Lo que quieres es sentirte vivo, tener una persona a quien contarle «me siento mal, tengo miedo, temo no superar esta situación». Una persona que simplemente te escuche. Que no te juzgue ni aconseje. Que tan sólo te abrace y te susurre «estoy contigo». Ese alguien que siempre te acompañará, sin condiciones ni rendiciones.

Pero tienes que ser muy valiente. Admitir duele. Confiar es complicado.

No se trata de que anuncies a los cuatro vientos lo que te sucede. Tampoco que narres día a día tus miserias en tus redes sociales. No es eso, claro que no. Lo importante es que identifiques en tu núcleo más cercano a esa persona o personas que se pueden convertir, con lealtad y cariño en ese hombro sobre el que llorar. Que aprendas a verbalizar tu malestar.

Caer está permitido, levantarse es una obligación. ¡Claro que sí! Pero fíjate bien en la frase, analízala. Primero caer. Y después de retozar un tiempo por el lodo de nuestra desesperación, ya nos levantaremos, pero primero el sopapo. Necesario, muy necesario. Es más como coach, reivindico la terapia del llanto. ¡Me autoproclamo «Coach del llanto»!

Si llorásemos más, con sentimiento y sin miedo, estoy segura que necesitaríamos mucha menos química para engañar a nuestro cuerpo.

Si fuésemos más solidarios frente al sufrimiento ajeno, menos consejeros y apoyásemos más desde el silencio, todos conseguiríamos sentirnos un poco mejor.

Mírame y dime lo que sientes.

¿Estás mejor?

¿Dispuesto a continuar luchando?

¿Te puedo dar un abrazo?

Ahora, que hemos llorado juntos -sí, mis neuronas espejo son muy hiperactivas y he llorado contigo- ha llegado el momento de poner en práctica la segunda parte de la frase. Toca levantarse. Y me gustaría que terminásemos con un suspiro de esas lágrimas vertidas y una pequeña sonrisa de esperanza. ¿Recuerdas mi post de hace casi un mes? Te lo dejo en esta sonrisa 🙂

Gracias por dejarme estar contigo, por leerme. Gracias por ser y existir