Etiquetas

Emoción.jpg

Necesito la tristeza para poder sonreír con sinceridad.

¿Os gusta sentiros tristes? Supongo que la mayoría estará negando con la cabeza. A mí no es que me agrade pero lo necesito.

¿Cuál creéis que es el motivo por el que esta emoción os incomoda? ¿Tendrá algo que ver con la niñez?

Retrocedamos en el tiempo, unos más y otros menos, y vamos a volver al útero materno. No tenemos recuerdos, lógicamente, y sin embargo seguro que una tierna sensación de calidez se acaba de apoderar de todos nosotros. El máximo exponente de la seguridad es el vientre de nuestra madre. Y si lo dudas, piensa cuántas veces te has cobijado entre sus brazos, en el calor de su pecho sin importar la edad que tenías, cuando a lo largo de tu vida te has sentido desamparado.

Cuando somos un simple y complejo feto, tenemos todas las necesidades cubiertas. Dormimos lo que nos apetece, no sentimos frío, estamos constantemente alimentados, ningún ruido nos ensordece y hasta si tenemos suerte nos ponen algo de música de vez en cuando. Aislados del mundo exterior. Protegidos. Mimados. Cuidados y amados.

Un día de repente, todo eso se acaba. Abruptamente una súbita fuerza, que no sabemos de dónde proviene, nos echa fuera de este idílico paraíso. Y para rematar la faena, nada más salir al exterior y conocer a mamá, va alguien y nos pega unas nalgadas en el culete. ¡Con lo bien que estábamos dentro!

Lo primero que vemos es a un señor o señora con una horrorosa bata verde que nos mira con sorna y guiñando malvadamente un ojo susurra a nuestro tierno oído: ¡bienvenido al mundo, te presento a tu primera emoción se llama tristeza y te va a hacer llorar ahora mismo! Y plas, plas, ¡señora vaya pulmones tiene la criatura!

Por supuesto he exagerado la situación, pero bien podría ser así nuestra primera toma de contacto con Doña Tristi -Tristeza para los desconocidos-.

A partir de aquí van viniendo el resto de las emociones a presentarse educadamente, una a una, bajo la ojerosa mirada de tu madre: ira cuando despiertas y el biberón no está listo, asco con tu primera papilla, alegría cada vez que miras a mamá o papá…

Pero de todas ellas, la más denostada es la tristeza. Nadie la quiere y así lo aprendemos desde bien pequeños, es una emoción a evitar. Pero estamos muy equivocados. Todas son necesarias y la dulce Tristi -sí, es dulce y cariñosa, lo que pasa que se siente repudiada, incomprendida y fuera de lugar- tanto o más que las demás.

La explicación es muy sencilla. La tristeza es la fiebre de nuestras emociones. No es mala en sí misma, tan sólo un aviso de que algo no va bien. La alegría, es maravillosa pero adormece los sentidos, es adictiva y como tal peligrosa. Pero ahí está ella para decirnos «ehhhhh frena un poquito, recapitula, piensa que está sucediendo y toma decisiones importantes».

Puede suceder que tengamos una vida de película -de las de Navidad que te suben el azúcar- un trabajo maravilloso, una familia de revista, unos amigos «megahiperchachis» pero que un día sientas una punzadita ahí, en el corazón y se te meta una melancolía en el ojo. Puede suceder o quizás no, que percibas que en el fondo de tu vida algo falla. Y una noche en la cama, abrazada a tu amiga Tristi te des cuenta que no has cumplido tus sueños.

Tenemos que aprender a manejar esta emoción. Es de vital importancia enseñar a los niños desde pequeños que sentirse desconsolados no es malo. Sí lo es, por el contrario, la negación y una mala gestión emocional, de ahí derivan muchos de los problemas que tienen su raíz en la infancia. La nula tolerancia a la frustración. A un niño no se le puede dar todo solo para que no llore o se sienta feliz. Hay que proporcionarle lo que verdaderamente necesita y una buena educación emocional no puede faltar.

Aprendamos a llorar. ¡Hagámoslo sin miedo al qué dirán! Las lágrimas son las encargadas de purificar el filtro de nuestras emociones. Sin ellas, la ira o el miedo se quedarían enquistados, creciendo, retroalimentándose y empozoñándonos.

¡Lloremos a mares, como niños pequeños! Lágrimas de felicidad cuando vuelve nuestro hijo después de tiempo fuera del hogar. Lágrimas amargas por una pérdida repentina. Lágrimas dulces de emoción cuando conseguimos un objetivo. Lágrimas saladas de risa. Lágrimas furtivas de impotencia. Filtremos. Limpiemos.

Personalmente, la tristeza es la bujía de mi motor. La chispa que me mueve a mejorar, a crecer. Suelo decir que soy una cobarde a tiempo parcial, y es gracias a que soy una llorona Certificada Cum Laude. Ellas me empujan a superar mis miedos. A retarme día a día.

Y vosotros ¿lloráis mucho?

Enlace original: http://www.lanuevarutadelempleo.com/Noticias/llorar-ensancha-los-pulmones