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Lo confieso, me voy a meter en un florido jardín con el agravante de hacerlo en plena primavera siendo alérgica al polen.
Quizá en estos momentos me siento un poco una especie de Carrie Bradshaw asturiana. Al fin y al cabo compartimos un par de cosas: el pelo rizado y un Manolo en nuestras vidas, el mío en forma de amado e idolatrado padre.
Sea lo que fuere no importa, me tomo el antihistamínico y ¡al jardín!
Hoy quiero, o tal vez tengo la necesidad de abordar uno de los sentimientos más universales, el amor de pareja. Y lo haré desde el desamor o más bien desde la negación de cualquier atisbo de emoción hacia otra persona, fruto del daño ocasionado por un desengaño.
Nos encontramos inmersos en la sociedad de la velocidad. El reloj rige nuestras vidas, es el dictador que maneja a su antojo a millones de personas. ¿O tal vez es la excusa que nos hemos buscado? Vamos a intentar analizarlo.
Primero de todo, aclarar que este post es tan sólo una reflexión personal, fruto de la observación de lo que a diario me rodea. No tengo porque tener razón y por supuesto cabe la enorme posibilidad de que esté muy errada en lo que a continuación voy a exponer. Aclarar también, que me centro en una horquilla de edad muy amplia, pero con la peculiaridad de estar compuesta por los que podríamos denominar DE «damnificados emocionales».
La tasa de divorcios en nuestro país se ha disparado en las últimas décadas, con lo cual somos bastantes las personas que formamos parte de estos DE. Deducimos pues que las segundas oportunidades están a la orden del día. Todos tenemos derecho a volver a enamorarnos. Ojo, es muy importante leer y entender bien, hablo de amor. Punto. No voy más allá.
¿Y por qué puntualizas? Os preguntaréis. Porque aquí radica el problema.
¿Cuántas web de relaciones personales seríais capaces de nombrarme? Unas cuantas seguro. ¿Páginas en redes sociales para conocer gente y el famoso lo que surja? Otras tantas. ¿Anuncios de amistad en prensa escrita? ¿Programas de televisión? ¡Curioso!
La explicación que se suele dar tiene que ver con lo que antes mencioné sobre el yugo del reloj. No tenemos tiempo ni para conocer a otras personas. ¡No me lo creo! Y aquí, me voy a tener que autoflagelar pues admito que es mi propia coartada.
¿Excusa para qué? Para no arriesgarme. Para no arriesgarnos. Para evitar el sufrimiento, el dolor, la equivocación por segunda vez. La táctica de la avestruz, escondo la cabeza, no veo, no me ves, no hay posibilidad de daño.
Claro que hay tiempo. Vivimos en mejores condiciones que nuestros padres -no entremos en debates banales, vivimos mejor otra cosa es que seamos más egoístas- y si ellos tuvieron tiempo a cultivar sus relaciones personales y algunos incluso a volver a intentarlo ¿Qué problema vamos a tener nosotros?
Somos cobardes, no toleramos el fracaso ni el sufrimiento.
Aún así, a veces ocurre que puedes llegar a conocer a una persona. Todo va bien mientras la piel sea la única que entra en juego. ¡Es sólo atracción, deseo, pasión! Pero ¡ay! que un día llaman a la puerta y al abrirla escuchas «hola qué tal soy el sentimiento» Suenan las sirenas, el ambiente se inunda de la luz roja de la alarma y de repente alguien siente la necesidad de entrenarse para la maratón de Boston.
Lo peor es cuando pasa el tiempo, y el maratoniano se da cuenta del error, intenta recuperar lo perdido y es demasiado tarde.
Tenemos prisa para todo.
Después de una separación, y repito es mi opinión personal, debería transcurrir un periodo de duelo. Aprender a vivir con nuestra soledad. Lamernos las heridas. Llorar. Sentir ira y luego dar paso a la aceptación. Antes de volver a amar a nadie, debemos perdonarnos a nosotros mismos. Ser capaces de admitir que a pesar del fin, hubo un tiempo en que esa relación fue feliz. Quisiste y fuiste querido.
Volvemos a mi eterna lucha, dejar entrar a Doña Tristeza en nuestras vidas durante un tiempo. Desayunar con ella, hablarle, escuchar lo que te tiene que contar. Permitirle limpiar el filtro de nuestras emociones. No pasa nada. No somos más débiles. Somos humanos que sufren y deben aprender a encajar ese traspiés emocional.
Ahora sí, explicado todo esto voy a aclarar porque antes dije «Hablo de amor. Punto. No voy más allá». Observo que entre los DE, sin distinguir entre hombres o mujeres, existen unos cuantos con la errónea idea de que cuando el amor hace su aparición, un joyero le visita en su salón para mostrarle los nuevos anillos que se llevan esta temporada.
¡¿Perdona?!
Una cosa es enamorarte de una persona, sentir que podrías hacerlo o intuir que quizás no te daría mucha «cosita» que sucediese y otra muy distinta plantearte no ya volver a casarte sino tan siquiera compartir a corto, medio o incluso largo plazo techo con ella. Los DE solemos tener una vida con responsabilidades en forma de hijos, con lo cual lo de compartir baño sería una posibilidad quizá no remota pero tampoco fácil.
A modiño como dicen os Galegos. Vamos a ir despacio, pero sin pausa. Sin miedo y luego ya veremos qué ocurre. Ahora bien, si el día que te des cuenta que me estás abriendo tu alma, que buscas mi cuerpo de noche para abrazarlo y que necesitas escuchar mi voz más a menudo, vas a echar a correr, mejor no lo intentes.
No es cuestión de ser exigentes, debemos aprender o reaprender a compartir. Una relación no es una guerra de poder, a ver quién dirige, quien marca el ritmo. ¡No! El movimiento ha de ser acorde, como mecidos por las olas. Con generosidad y no voy a decir sin miedo porque sería imposible, pero sí gestionado correctamente. ¿Para qué tenemos el poder del habla?
No nos pongamos barreras, ni límites. Aceptemos el juego de la vida.
Y tú, ¿eres lo suficientemente valiente para volver a intentarlo?
Voy a confesar y lo hago públicamente porque forma parte de mi sanación, que después de muchos años siendo una avestruz con coraza de cínica estoy preparada para volver a intentarlo, para equivocarme si hace falta, sin miedo. ¡Ya no!
Por cierto, ¡abstenerse cobardes!
Para finalizar, daros las gracias por seguir leyéndome. Por compartir conmigo, por estar al otro lado de la pantalla.
Os dejo con una preciosa canción de Bunbury
Fotografía: Pixabay.com
Entrada original: http://www.lanuevarutadelempleo.com/Noticias/por-que-lo-llamas-sexo-cuando-quieres-decir-amor